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Selección de poemas de

                                              Virginia Benavides

 

         

        

 

 

 

 

Hubiera sugerido coserte la boca 
o guardar las palabras decibles bajo la manga
pero no hay armazón que permanezca
entre los restos de silencio
como un escenario en ruinas así el alfabeto.

Y en casa no te dicen cómo estas al despertar 
y la leche se va cuajando entre mis labios
a medida que trazo un origen donde
las plantas acogen la canción insonora.

Entonces mi dedo en la mesa dibuja un espiral:
esta es la costura que necesita la voz, 
una caída libre y todo será futuro
pero mi otra voz me dice que no, 
que no hay origen posible 
en tu zurcir amor invisible.

Sorbo rápido mi leche, 
me aliento en secreto a no mirar atrás ni temer
que lo que haya que decir ha de decirse.

Así se calma una polilla
deshalada
que te espera.

 

(de Hospital del Niño, inédito)

 

 

 

 

 

 

La próxima vez que me tire de un acantilado prometo acordarme de gritar ¡por fin en casa! a todo ser que me encuentre en el arrojo. La aerodinámica sumersión no traerá consigo lamentaciones o por qué no la quise más y menos paros cardíacos ni del tráfico. Para eso están mis pilotos del pensamiento que actuarán en silencio, con el cuidado de un delincuente primerizo o una escena muda restaurada que susurra, para borrar todo rastro de vida terrenal. pluma que se desprende para prenderse en el mar. No olvides cerrar el caño, apagar el gas y cerrar las puertas, no sea que se desborde mi cama de agua y tenga que abandonarme en la hoja del word o la ciudad  náutica, cuenta el trazo de mi carta virtual de despedida. Como un viejo delfín autista trans génico cuyas neuronas espejo se han dañado de tanto amar malaguas y seguir el brillo azul del va lleno... y fugaba desprendido de prenderse, como excavado, con restos en gracia de renacimiento y huyendo de ser un hallazgo y sin ganas de entrar en el libro de historia (salvo para silenciar gritando). Como él, volaba por ese acantilado, orillando esta ciudad a quien tengo que arreglar cuentas un día, sintonizando la onda modulada de mi clavo de olor, el lenguaje de fósforo mojado. ¿No será entonces imposible piromanear a sien versas de la orilla? pienso en pleno clavado. Señor barquero, no tema, solo me ahogaré un ratito, como de paso, como una ida que venía. No es más que respirar en otro lado, Mi batiscafo entubado al respiro de mi ojo combustiona y burbujea, hay un temblor que me fecunda y una isla que me nace en la voz, señor barquero, vamos a ver qué me pesca o habita. A volar.

 

(visto por la ventana del bus con ataques de desdoblamiento)

 

 

(de Hospital del Niño, inédito)

 

 

 

 

 

 

 

LUNA NUEVA ( los bares los mares)

 

  

                                                                                                  a  Miguel Grau

     

 

 

Cuando la víspera del alba te acontece                 

para embriagar tus ojos de cordura

el sueño clama niños que envejecen

en el parque de juegos de la duda

 

Y en el rumor del día se cuaja tu espanto

tu soledad terrosa y torturada

inevitable somnolencia de la nada

del llegar alejándote e irte lento

 

Que mi caricia no te alcance da lo mismo

si alcanzándote se deshace en la fuga

que tu mano imprime a su elemento

antes de sumergirse en la perdura

 

Ya tu piel no me extraña

ni tu grito se oye en mi vientre espasmódico

ni tu yegua se mece en mi ventana oceánica

y sin embargo

la noche nos reclama para ser infinita

el viento es una daga que roza nuestros cuerpos

donde la piel del tiempo es un espejo nublado

que nos enlaza en una fugaz incongruencia

En un reflejo arisco y luminoso

y desierto es de cierta la ciudad

Y su río de cadáveres varados en las casas

Y bocinas sabias de zumbidos en conciertos subterráneos

nos aguardan

 

Y los bares...

Los bares donde, expedicionarios e inertes,

absorbimos de las garzas su espumeante claridad y aleteo

Los bares donde corrientes y mareas

nos convirtieron en náufragos sin isla

tan solo un barco de cuatro patas donde el timón

era un cenicero de cristal y una pata coja

que solo flotaba a la deriva

hacia un puerto inexistente sino en algún sueño

 

Los bares donde corrientes y mareas

inundaron de presagios nuestro encuentro

ahogándonos de cielo empaquetado en Saint Lorent

y caramelos mentolados para el beso

 

Los bares siempre recordaran ese barco

piloteado por  dos cuerpos cartománticos

que en el combate

dormían en su Huasca r

navegando

con el cenicero roto

 

hacia ninguna parte.

 

 

(de Extrabismo, 2003)

 

 

 

 

 

 

 

 

Ocultarse en fragilidad para no delatar lo que consume: incendios rojos de pena y hastío y rabia encenizándolo todo. Nadar en nada. Asolar campos semánticos para desaparecer la voz de las raíces. Una puerta en la niebla esconde su cerrojo. Loco bus hacia los paraderos ocultos por la ley de los desvíos. Diamante de espuma para un visceverso encuentro con el gris trino de tus veredas. Barrendera del alba, tus mudanzas y deleites en las hojas caídas de lenguaje amarillo, tus conquistas de aire puro en los parques recién nacidos, tus plumas insulares cosiéndote al día. La casa abandonada del que te besó por primera vez, la vereda agrietada y las calles de tierra muerta en que tomas el bus de un sueño que se sumerge en este amanecer insomne. Precaria vida estos roces, este azul hallado para ahondar el pozo y mantener supurando la herida o cicatrizarla. Dolor de ser, vergüenza. Una luz radiografiando el abandono de haberlo contemplado todo. Un desahucio y una vuelta de tuerca en el filo de las cuerdas. Ángel  cayendo en vuelo: una luz abrazando la niebla y tus máscaras intervenidas por las muecas del fuego.

 

(de Sueños de un Bonzo, 2013)

 

 

 

 

 

 

 

 

Un río subterráneo recorre todos los desiertos. Son las venas de un cuerpo abandonado a todos los abrazos radioactivos o solo la constatación de una sequía que asola como una nada en nuestro intrábico transcurrir. La ciudad es un descierto más hondo y solitario que el mío. Nadie comprende los pasos del que huye dibujando razones para quedarse o las cercanas calles donde en las esquinas acechan las culpas y faltas incurables. La desesperación me ha arrojado a mi suerte. Ya no espero consuelo ni compañía. Soy un monstruo y como tal he de vivir mi propia vida por dentro. Nadie mira adentro. Un río subterráneo que canta y donde navega un corazón de arena que se decanta en las manos del sol, mi titiritero. La belleza solo es un viento azul o espejismos de estatuas sin rostro. Soy hermoso cuando sueño y sonrío. El río adentro canta y me adiestra en el arte de no necesitar. Algunas noches un grito de ciudad me recuerda que soy tan solo un niño que juega con su máscara a las escondidas y reza para que nadie lo encuentre. No sabe que nadie lo busca. Un río interior fluye en esta melancolía de monstruo o niño triste.  Sus venas en latitud oeste trazando una cartografía de fuga me susurran el mar. La ciudad se funde en mis pesadillas. Voy a despertar. Sumersión.                                                                                                                                                                                                

  (de Sueños de un Bonzo, 2013)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Virginia Benavides Avendaño. (Lima, 1976). Bachiller en  Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado el poemario Exstrabismo (Chataro Editores, 2003). Ha participado en diversos encuentros de literatura y recitales, como ponente, performer y lectora, y publicado en revistas y blogs virtuales. 

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