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DIEZ MANERAS DE BORRAR MANCHAS DE AGUA DE TU ROSTRO EN UN ESPEJO

1. PARTIR con el pistoletazo de alguna referencia ineludible, aunque resulte previsible: “Un poeta que comienza por el espejo debe llegar al agua de la fuente si quiere dar su experiencia poética completa” (Bachelard, a quien por cierto invoca en el poema “El ancla de Bachelard”)[1]. Y es una cita fácil porque nadie como el teórico francés del conocimiento aproxima conocimiento e imaginación y materialidad: “Las formas se acaban, las materias nunca. La materia es el esquema de los sueños indefinidos”.[2] ¿Será Sigüenza acaso ese poeta que comienza por el espejo? Sólo leyéndolo el lector lo podría decidir. Claro que un agua, clara o no, es el hilo –o fluido– material del tejido de estos textos. Por fortuna (por si el mar fuera sacudido como una tela, y “Todo el mar se parece”) el mismo libro suministra su propia tabla de mareas para evitar la asfixia por inmersión textual.

2. CLASIFICAR: aguas de mayo, agua corriente por cañerías, aguas fluviales, aguas pluviales, aguas negras, aguacero, agua turbia, agua tibia de huevo hervido, agua bendita, aguas íntimas, agua de colonia, aguas aéreas perlongher, a pan y agua, aguas crudas, aguarrás, agua de borrajas, agua de Florida, agua mansa, aguas  termales, aguaviva en medusario, aguas madres, aguas muertas, ¡aguas, aguas! mexicanas, aguafuerte, agua tónica del trago, diluido como el agua, aguas de bautizo, nacerá quien rompa aguas, así que ¡al agua, patos!, es tan claro como el agua que el lector pronto estará con el agua al cuello, porque que a dos aguas, a tres aguas… se le hace agua la boca.

3. SABER que el agua quiebra, a nivel mínimo, los diques, así como también en modo macro torna expansivas las márgenes que la pretendan contener. Sigüenza lo ha entendido y trasladado a su decir, a la estructura de todo cuanto escribe y consignan estas páginas, con amplitud no modulada. Por eso pasa de mínimo a máxima velocidad (y viceversa) en un caudal (perdón: quise decir “raudal”) a partir de un punto cero, para desacelerar de pronto, como rápido de río en el remanso: se topa el ojo, inesperadamente, con líneas que, fluyendo a margen izquierdo, de pronto sufren un tajo de verso que se corta, o se transforma en prosa y hasta en diálogo. Quien espere que leerlo será fácil dará patadas de ahogado.

4. BRACEAR hasta alcanzar, jamás, el horizonte móvil del sujeto en el poema. Sólo que debe hacerse sin oxígeno en reserva y con Heidegger a mano, pues “aquello que tiene carácter de horizonte es solamente el lado vuelto hacia nosotros de un algo abierto que nos rodea”[3]. La identidad ha de extinguirse en su reflejo, en un instante. Esa proximidad del sujeto del poema (notar que se traviste en a veces alguien, a veces ellos, a veces tú, a veces él, a veces yo) al tejido del lenguaje con el que se va diciendo, es patente, bastante, en este libro: tanta fatiga en la búsqueda del cuerpo (Cotinuum). Identidad que pasa, por cierto, por el colador sexual, dejando un sedimento, una simiente en la vía dolorosa de la fugacidad dispersa por la playa, o en la barra, en el hotel.  Es un espejo, ¿ves? Ego y agua que da una flor: Narciso.

5. DOMAR las olas como el mejor surfista, igual que el oleaje sintáctico del texto. No lo ha escrito Virilio en ninguno de sus libros, pero lo digo yo: los highways, las supercarreteras tomaron el modelo de los rápidos de río para ser. Y, como canalizamos la hipervelocidad, se navega por la vida cotidiana –hacia las oficinas, a la escuela, al bar, al mundo, y también de vuelta a casa– con las rocas despejadas del camino, con cada catarata represada.

6. TUNDIR POR CONTENER que nada se desborde: no debe haber derrame, porque es físicamente inadmisible y porque “nada quedará de este vaso displicente” (Tropecería del ambulante, 2). Debe dejarse ver que el poema planea en superficie, como el pez volador de Octavio Armand, porque “nadie conoce mejor el abismo”, como dice en su poética de las branquias: “parece querer tragarse el espacio”[4]. El objeto es que al entrar y salir del lenguaje, Sigüenza se sumerge a fondo (La poesía: un entredicho que se va aclarando o se zambulle frente a la amenaza de silencio, final de “Cabeza quemada”) para emerger de pronto hacia el sentido (Denle a Viana la ola / y le parecerá el camino, “Ella, la estremecida”).

7. CURAR toda lesión con agua esterilizada. Dipsómano de agua destilada.

8. CREER que el agua del poema descompone todo en prisma, porque parte del espectro de la luz. Se trata de elementos primordiales, como la expresividad poética: irreductible también a jerarquías. ¿En qué sentido? En cualquiera disponible: longitud, latitud, altura, tiempo, todos los cuales violan los fluidos, el más abundante estado de agregación matérica. Expuso con ecuaciones el matemático Leonhard Euler el flujo de fluidos no viscosos[5]. ¿Será el espejo escrito uno de estos? Si no, después de todo, están los cristales líquidos, que simultáneamente son líquidos y sólidos. Igual que un cuerpo humano, fractalizado ante el amor y ante el dolor. En todo caso, así se ve Sigüenza en sus poemas.

9. FIJAR los homenajes, el acompañamiento a navegar: Wystan Hugh Auden con su amante, un tal Chrester Kallman, Álvaro de Campos, Pier Paolo Pasolini, Rousseau, Tim el bebedor, Viana, Severo Sarduy, Luis Cernuda, Walt  Whitman y Jack, su último camarada, Hart Crane, Silvia Plath, Ingeborg Bachman, Elizabeth Bishop, Tracy Chapman, Adriano, Antínoo, Constantino Kavafis, Fernando Pessoa, Jean Genet, Yukio Mishima con Masakatsu Morita, Omar Jayyam, Michel Foucault, Tennessee Williams, Margarite Yourcenar. La soledad posible junto a cuatrocientos cuerpos, los ascendientes.

10. ESCRIBIR en tiempos de esta oscura contemporaneidad –dado el entrecruzamiento febril de decires antitéticos y el espacio dominante, según Eduardo Milán, de una especie de sub-poesía[6]– podría resultar una operación estéril, a menos que uno escriba de este modo (con ruptura y a la vez sin dejar de hacer constar, extremando los silencios y gritando) manifiesto dúctilmente en esta selección, Manchas de agua. Lo demás sólo es Sigüenza. Y Góngora.

 

León Félix Batista

 

[1] Gastón Bachelard, El agua y los sueños, FCE, México, 1988, traducción de Ida Vitale. Pag. 41

[2] Op. Cit, pag. 174

[3] Martin Heidegger, Serenidad, versión castellana de Yves Zimmermann, Odós, Barcelona, 1989, pag. 44 (Debate en torno al lugar de la serenidad. De un diálogo sobre el pensamiento en un camino de campo).

[4] Octavio Armand, El pez volador, Ediciones de la Casa de la Poesía J. A. Pérez Bonalde, Caracas, 1997, pp 9-10

[5] “El movimiento de un fluido es la concepción matemática que expresa en qué punto del espacio se encontrará una ‘partícula’ de un fluido después de transcurrido un cierto intervalo de tiempo”. Cfr. Leopoldo García-Colín Scherer y Rosalío Rodríguez Zepeda, Líquido exóticos, SEP/FCE, La ciencia para todos 104, México, 2001, p. 47

[6] “Sub-tipos extrapolados de su contexto cultural pueden operar en calidad de mitos cuando en realidad son sub-mitos. Salvo los surgidos de épocas de ruptura nítida con el pasado –aunque Baudelaire no lo vio así, así resultó: la modernidad que vio en el siglo XIX y que fue el movimiento que tenía un ancla en el pasado y un envío abierto al futuro, soltó luego el ancla. El movimiento de la modernidad fue cada vez más convirtiéndose en su propia reelaboración, es decir, la elaboración permanente del movimiento en que se inserta una modernidad que acorta, recorta en rigor, su relación con el pasado a su propia conveniencia, la conveniencia del presente. Parece lógico que la creación de la sub-mitología actual responde a los efectos de una secularización consumada. Pero la poesía no puede conformarse con esta respuesta a menos que acepte una calidad para sí misma de sub-poesía. Y lo más probables es que eso sea así. O, en el mejor de los casos, que el lugar de la poesía haya cambiado.” ¿Un neobarroco mexicano?: la nueva poesía mexicana en el espejo de la poesía conosureña,  ensayo inédito aparecido en Ahora poético (y algo antes),  Gamar editores, Popayán, 2015. 

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