*GRANDES PODERES EN PEQUEÑOS LUGARES
por Roberto Bustamante
En el Chile actual, donde la clase política se desangra por ataques entre bandos amigos, e incluso familiares, cuando ahora están las pruebas de lo que siempre sospechamos, seres como el poeta-artista, por ejemplo, se convierten en un mal chiste, en seres usufructuadores de pésimo gusto o como dice Mellado en este libro, aquellos poetas que escriben porque creen que escribir es una terapia, haciendo un paralelo con los izquierdistas que hacen yoga o salen a trotar como preparándose para un escape imposible. Las historias de los 14 relatos contenidos en “Humillaciones” (editorial Hueders, 2014) suceden en su mayoría en la Quinta región (donde el autor reside en los últimos años) entre Valparaíso, San Antonio, el Quisco, además de Santiago y el Norte Grande. Todos estos lugares se comportan como escenarios cómplices, testigos de un grito mudo de raigambre político-cultural. En ese micro poder, o en otras palabras para alejarse de Foucault, en esos grandes poderes que ocupan pequeños lugares, ocurre la guerra política más frontal: la convivencia vecinal. Lugares donde es difícil pasar desapercibido cuando tienes algo de poder o crees tenerlo, con una vida de empleado público con pueril mérito intrapartidario. Textos que a todas luces invocan la logística kafkiana.
En “La felicidad de los otros”, título del cuarto relato, Mellado da obra a un garzón que no soporta atender a los clientes de un bar porque entiende la felicidad como agresión, como una enfermedad contagiosa. El personaje que guía la historia cavila llegando a sentir la responsabilidad de quemarlos, de usar el fuego en un sentido purificador místico (“Padecer la risa patológica de una mesa de clientes que, contentos hasta el delirio, hablan con voces chillonas y carcajean con espasmos histéricos, puede ser un gran desastre para la dimensión personal de la existencia”). En muchos casos los empleados públicos y los que luchan por serlo creen merecer respeto debido a que confunden la lástima con el orgullo de “triunfos” míticos y extemporáneos. Para el filósofo Leibniz (en “Exasperación de la filosofía” de Gilles Deleuze) existe la figura del condenado, quien no es más que el hombre que siente odio hacia Dios. Pero si Dios, como afirman las religiones occidentales, está en todo, aquel que tiene odio a Dios es el que tiene el odio más grande que existe. Cito textual “esta mierda de pueblo necesita que el modelo criminal de los tiempos del golpe se repitan” nos dice el rati Reinaldo Conejeros en una de las historias donde la muerte es parte de un entramado que involucra al peluquero del lugar, que integra una mafia homosexual instalada en los municipios de la zona, y en donde los departamentos de Cultura están a cargo de los trabajos sucios. A nosotros, como habitantes de la provincia, estos relatos nos suenan de sobra. Sabemos muy bien de las guerras soterradas que se provocan sobre todo en zonas donde el dinero minero y pesquero abunda, y de sus formas de lucha aciagas por alcanzarlo.
La palabra humillación proviene del latín humus, que significa arrastrarse por el suelo.
Los personajes que van construyendo estas “Humillaciones” no se humillan, claro está, por nada: ellos quieren ser incluidos, quieren que el perfume caro lo huela alguien.
Leyendo a Mellado se divisan puentes con escrituras como la de Elfriede Jelinek y a esa tradición sarcástica austríaca, aquel humor negro que se envalentona para esconder. Si la tradición sarcástica austríaca, incluyendo a Thomas Bernhard autor de “Helada” y “Trastorno”, busca mostrar un país que quiere olvidar su vergüenza nazi, Marcelo Mellado muestra un país que todavía no siente vergüenza (repito, en su clase política funcionaria), y que insiste en la fiesta para culpar a la resaca del olvido. Un Chile funcionario situado alrededor de una parrilla y del hedor de las camisas Polo falsificadas. El Fin de la Historia tal como lo pensó erradamente Fukuyama, pero con atisbos de realidad en Valparaíso, Iquique y Puerto Montt, y como en toda la recta provincia. “Humillaciones” no se escapa del estilo de la amplia obra de su autor que suma columnas y prosa, sino que la afianza y la condena a ser un dedo en el culo sin vaselina en el discurso de la práctica-partidaria de personajes de una clase social que aspira no sólo mala cocaína, sino que además en el dibujo de sus decisiones aspiracionales redondea un negocio a crédito que dura 4 años, y aquello les parece eterno. Como dice el poeta Waldo Rojas sobre el cine de Raúl Ruiz y que podría encajar perfecto en la narrativa de Mellado: “desata siempre una multiplicidad, un flujo de analogías incontrolables y sin fijamiento”.
*Texto de presentación del libro Humillaciones en Iquique, primavera de 2015