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Horas de retorno

 

Por Luis Pacho

 

 

Mi ansiedad y la fila de pacientes que esperan afuera, se desvanecen por un momento, cuando contemplo el manto azulino del horizonte. Desde la oficina del edificio donde me encuentro, después de mucho tiempo recorro con la mirada calles, plazas y cerros que circundan la ciudad, y me quedo deslumbrado por la hermosa bahía del Titicaca; lago de agua dulce y plateada, que todavía no pierde su encanto a pesar de la creciente contaminación. Por un momento me detengo en ese puerto viejo, donde flotan algunos barcos de gran calado que ya no surcan más sus confines. Este lago es la vida del pueblo, fuente inagotable de inspiración de artistas y poetas. Los fines de semana, luego de pescar carachis y pejerreyes junto a mis amigos infancia, nos pasábamos la tarde entera bañándonos al otro lado de la isla Espinar. De adolescente, recorrí sus orillas junto a una enamorada de colegio, mirando el revolotear de los pajarillos en los totorales y arrojando piedrecillas que se perdían en la distancia. La brisa que desordenaba sus cabellos y la traía a mis brazos, me parecía el soplo adormecedor de una musa que habitaba las islas de su interior. La colegiala que robó mis sueños de aquellos años, se llamaba Cristina. Ella y el lago fueron parte de mi vida, parte de una parte de mi historia.

 

Acabo de llegar hace tres días, y para mi buena suerte ha terminado la serie de manifestaciones contra la lenta y burocrática atención de la institución donde laboro. Tienen razón, pero no comprenden que dependemos de una jerarquía establecida desde la capital. Hoy mismo recibí una llamada telefónica del Viceministro del sector con el encargo expreso de dilatar la atención a los revoltosos, y si fuera posible, no atenderlos. Suena inhumano, pero órdenes son órdenes. Vivimos en los dictados de un gobierno autoritario y las represiones no solo son policiales y militares, sino también a través de directivas escritas y verbales. El incumplimiento acarrea simplemente el despido. Yo sé que estos hechos no son aislados, forma parte de todo una espiral de agitación social que vive el país. Huelgas y paros por un lado, represiones desmedidas del otro. En los últimos días, el saldo trágico ha dejado algunos muertos y varios heridos de bala, haciendo que las intervenciones quirúrgicas sean continuas.

 

La coyuntura actual, me recuerda a los años de violencia que azotó al país hace décadas atrás, trayéndome ese ligero estremecimiento que conozco. Una tarde como ésta, me dirigí a casa de Cristina para ir a la fiesta que se celebraba con motivo del aniversario de mi colegio. Luego de tocar el timbre, salió su hermana con el encargo de que la esperara. Intranquilo por la demora, solo atiné a presionar la rosa y el poema que llevaba en el bolsillo, en tanto meditaba la situación convulsa del país. Debido a los constantes atentados de los alzados en armas, las fuerzas del orden efectuaban cotidianamente sendas “batidas” en avenidas, parques, plazas y discotecas. En más de una oportunidad mis amigos fueron “cargados” en aquellas redadas, generalmente, nocturnas; y, al día siguiente, contaban odiseas dignas de ser escritas por un hombre de letras. Digo esto porque, a varias cuadras del lugar, un carro portatropas de la policía venía hacia donde yo estaba. Y, como si el miedo que recorría la ciudad me buscara a mí, ocurrió lo predecible. Del camión bajaron dos policías. ¡Documentos! Gritó uno. ¿Solo a estas horas? Dijo el otro, que parecía tener un rango mayor. De nada sirvieron mis súplicas o mis intentos por escapar, fui subido escabrosamente al camión que partió raudo con dirección a la Comisaría. En el patio central, más de un centenar de detenidos formaban grupos según la llegada; aunque aparentaban tranquilidad, la tensión podía olerse en la atmósfera frígida de ese local. El Capitán Ardiles, a cargo de la comisaría, justificó esas “batidas”, señalando que se hacían con la finalidad de detectar indocumentados, personas de mal vivir y, sobre todo, aquellos comprometidos con el terrorismo. Según él, se trataba de un asunto de seguridad nacional. Después de las ranas, canguros, planchas y polichinelas al que fuimos sometidos como parte del “calentamiento”, ganamos nuestro breve descanso. En ese instante imaginé a Cristina saliendo de su casa vestida con ese traje elegante, el maquillaje perfecto y esbozando esa conocida sonrisa que me cautivaba; pero, al llegar a la esquina, como difuminado en la tenue luz de la calle, nadie la esperaría. Aquella escena casi teatral de detenerme frente a ella, mirar sus ojos, rodear su cintura y entregarle el poema y la rosa, se desvanecían de la manera más inverosímil. Más aún, en aquella fiesta sería mi pareja formal a los ojos de mis amigos y compañeros de la secundaria.

 

Con la bilis a punto de explotar, a eso de las tres y media de la madrugada abandoné la comisaría. Los techos de calamina de las viviendas cercanas se inundaban con un concierto de sonidos como preludio de la lluvia torrencial que se avecinaba. Era la noche más desafortunada de mi vida; y, mojado como ya estaba, me detuve en esa avenida que conducía a mi casa, para aventar aquellos objetos que todavía conservaba. Reanudé mi marcha de autómata, cuando vi que eran arrastrados por la corriente de un riachuelo que empezaba a crecer poco a poco, y no presté atención al sonido del claxon del vehículo que parecía seguirme, aunque fuera la misma policía otra vez. La noche se extinguía, y no había nada más que perder. Sin embargo, a pocos metros de donde yo caminaba, se detuvo un taxi con un bullicioso grupo de pasajeros. Del asiento posterior se deslizó el parabrisas y una voz femenina pronunció mi nombre como después de un largo sueño. Era ella y nuestros amigos.

 

Luego de las negociaciones y los acuerdos al que se arribaron, estas movilizaciones han tenido sus efectos. El nivel central ha decidido mi traslado para que yo asuma el puesto de Director del Hospital III del Seguro Social de Puno, en remplazo del anterior Director. Como hoy, a veces, la espera de los pacientes se prolonga hasta entrada la noche, sacan su cita y vuelven cuando les toca ser atendidos. Algunos asuntos se ven en la Dirección, como es el caso que atenderé enseguida. Se trata de la Presidenta de la Asociación de asegurados, y es ella quien ha encabezado esta serie de movilizaciones, obviamente. Después de todos estos días de huelga, de denuncias en los medios de comunicación, de marchas e intentos de tomas de local, como muchos que estaban en esos afanes, al fin pudo alcanzar un cupo. Me consuela que haya salido ilesa de las trifulcas con la policía, pero la orden de la superioridad es no atenderla o dilatar su atención en lo posible, como dije. Medito el menudo problema en que me encuentro, pues ella, es ni más ni menos que Cristina. Yo no olvido la anécdota de aquella noche en la comisaría, como no olvido el tiempo que pasé a su lado. A los pocos días de aquella fiesta, la partida estaba decidida. La coyuntura política y mi realización profesional, precipitaron mi viaje. Engañándome a mí mismo, me prometí retornar pronto o al menos escribirla; increíblemente, han pasado más de quince años, y nada de eso he hecho.

 

Lo cierto es que el caso de Cristina está en mis manos, y el procedimiento en apariencia es simple. En última instancia, la decisión de la Junta de Médicos se aprueba con la firma del Director. Hace rato que el informe figura en mi escritorio, el cual he leído con especial atención, y sé que necesita de una urgente intervención quirúrgica. En realidad hay tantas cosas que rondan por mi mente, pero no hay tiempo. Ella espera mi visto bueno, el mismo que he firmado aunque me cueste el cargo que ejerzo.

 

 

 

Luis Pacho (Puno, Perú). Docente y abogado. Ha publicado en poesía: Geografía de la Distancia (2004) y Horas de sirena (2010); en cuento: El retorno del Puquina y otros cuentos breves (2011) y La otra mirada (2013); y, la compilación Literatura en la fiesta de la virgen de la Candelaria (2015), en coautoría con Víctor Villegas. Obtuvo el Primer Premio de poesía en los VII Juegos Florales de la UNA de Puno en el 2001 y el Tercer Premio de poesía en el Concurso Nacional HORACIO-2008; y, menciones en diversos concursos de cuento. Ha codirigido las revistas de cultura y literatura Cuarto intermedio, Ojo de saurio y Letras del Lago. Textos suyos han sido publicados en revistas regionales y nacionales. Actualmente codirige la Revista de Literatura y cultura Pez de Oro, escribe regularmente en el diario Los Andes de Puno y el Boletín de letras y memoria El Katari. Administra el blog: http://luispacho.blogspot.com/

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