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DEL SÍNDROME ZELAZNY  Y SU sintomatología

—doble función—

 

  1. Estrella Oscura (1983)

 

Nosotros éramos seguramente

los últimos representantes

de un muy antiguo orden de cosas.

 

«Mi último suspiro», Luis Buñuel

 

 

Lejos de simple, la ambición de Saturnino Dauria era mínima: convertirse en el cineasta nicaragüense más importante del siglo XX. Si su derrotero fue la gloria o el fracaso, será otra de las inquietudes sin agotar al término de esta investigación.

 

Ilustrar la vida de Dauria es indagar en la miseria familiar. Es remontar la iniquidad y hacer de ésta una herencia indeseable. Su abuelo, Guadalupe Dauria, sería testigo voluntario de la persecución conservadora. Amparado en el seno de una acaudalada familia algodonera, Dauria debutó para el mundo en 1874. Desde muy joven se consideró a sí mismo un ilustrado y un discípulo de Hobbes. Celebrado librepensador, su vida fluctuaría entre la libertad, el activismo político, y las cárceles de Managua, cortesía del Presidente Emiliano Chamorro. Como asesor ocasional del General José María Moncada, caudillo liberal, ostentó una menor pero incuestionable incidencia sobre ciertos episodios de la guerra constitucionalista([1]). En reiteradas ocasiones propondría un diálogo de paz que avanzase desde la ribera liberal, sin mayores atenciones. Dauria era del tipo de hombre que delega su confianza en la Familia o en el Estado, raramente en ambos. Tal juicio le habrá llevado a recomendar al General Moncada que tomara a su sobrino, un astuto iniciado del periodismo, como secretario personal, aunque con demasiados ya asistiéndole, el joven protegido de Dauria terminaría integrándose a las filas del General Francisco Sequeira([2]). Con impotente desconsuelo presenció cómo la ciudad de Chinandega era arrasada y liberada por el ejército liberal un 6 de febrero de 1927 y, dos días después, arrasada y liberada nuevamente por el ejército conservador. Dauria evocaría al respecto:

 

[…] Lo poco que sé de mi abuelo me llegó por mi tío Gonzalo [Rivas Novoa] en una columna que tenía en La Nueva Prensa, [de la cual] yo conservo algunos recortes, pero aparte de eso nada, ningún otro tipo de testimonio de su vida, tampoco nada que él haya escrito, porque sé que algunos artículos suyos fueron publicados en La Noticia, pero de seguro todo estará perdido o empolvándose en alguna hemeroteca, ni modo […] Según una de esas columnas, donde aparece citado mi abuelo como fuente principal, los timbucos, luego de recuperar la ciudad, llevaron a todos los prisioneros, malheridos y moribundos, y a todo el que sospecharan fuera liberal, a una plaza. Continúa mi tío diciendo, siempre con la voz del viejo Dauria, que los amarraron, los presentaron, leyeron los cargos imputados, y por último todos fueron acusados de ser enemigos del Gobierno de Nicaragua. Les pegaron fuego y llevaron perros para que se los comieran, dijeron que no había mejor alimento para un calandraca que la carne de otro calandraca, y los dejaron allí para escarmiento, pero al final ellos mismos los tuvieron que enterrar porque no aguantaron el zopilotero al día siguiente […] Se vengaron, porque cuando [los liberales] entraron la primera vez fueron igual de crueles, y escribe mi tío que por las calles corría libremente sangre conservadora y sangre liberal, sin que uno supiera con certeza cuál era la sangre del enemigo […]([3])

 

Sólo algunas semanas después, bandos enemigos firmarían la paz([4]). Un pacto sellado con un apretón de manos y la gestión de una nueva dictadura que, fortuna divina, Dauria no alcanzaría a ver en marcha: un malentendido con un marido celoso y pasado de copas le quitaría la vida en 1931, saliendo de una cantina en El Viejo. Tenía 57 años. 

Su hijo, Rafael Dauria, protagonizaría un anecdotario no menos perverso. Nacido en 1919, en Posoltega, la única imagen que el entonces pequeño Dauria mantendría de su padre sería su figura ataviada en botas altas y un traje beige de lino, atravesando un rectángulo de luz hasta cogerlo en brazos y alzarlo por encima de su cabeza mientras imitaba los sonidos de dominio que se hacen al montar un potro. Aparte de esta frágil evocación, Dauria heredaría el mustio apellido de su padre, despojado de cualquier beneficio adicional. Como familia honorable y circunspecta, los Dauria correspondían con disciplina a todas sus obligaciones, pero atender los deslices de un primogénito es asunto aparte. Uno sin provecho. Así Dauria circularía toda su niñez y adolescencia en el lento carril de los bastardos, compartiéndolo con quienes, en su mismo condición, al mismo tiempo llevan y reniegan de un apellido, un título impuesto por el desaliento materno, como si le obligaran a llevar calzado de talla menor para una importante fiesta. Primero de ocho medio–hermanos, reconocidos por un padrastro desatento y salvaje, el joven Dauria, alejándose de su progenie, jamás gozó de la apostura que su padre en juventud presumiera: era agresivo, irascible, ramplón; un mozalbete sin respeto por la costumbre y la formalidad. Propenso a los belicismos del mundo rural, sus principales intereses fueron el ron y las amantes, en ese exacto orden. Era la temporada de las vendettas, de las rencillas familiares. Una época en que los agravios se abonaban con plomo. Volviendo a Dauria: 

 

[…] Mi papá era un revoltoso, un hombre complicado, siempre detrás de cualquier falda ajena […] Le puso el ojo a una muchacha de La Virgen, la enamoró, se la llevó a la cama y luego se desapareció, nunca la volvió a buscar. El muy zángano para ese entonces ya estaba juntado con mi mamá, se la había llevado muy chavalita y vivían juntos en un ranchito con media manzana que alquilaban y trabajaban en Los Zanjones […] Después le avisaron que [la muchacha] había quedado embarazada pero que había abortado, casi se muere de una hemorragia, y allí fue que todo reventó: mi mamá lo dejó y nos fuimos a vivir a Sutiaba con una tía abuela de ella; lo que más le dolió no fue el engaño de mi padre sino su desdén por lo que casi fue su hijo o su hija, y por eso nos marchamos […] Una mañana [mi padre] se apareció por allá a vernos, para visitarme dijo, pero en realidad llegó para hablar con mi madre, le pidió que lo perdonara, que nos regresáramos, pero ella no quiso, le dijo que de allí no se movía. Se fue todo alicaído, bien triste; sería la penúltima vez que nos viéramos. Cerca de la estación lo estaban esperando […]([5])

 

Rafael Dauria fue apuñalado dieciséis veces por un hombre no identificado. Despechado, había parado primero en una cantina, y con el furibundo arrebato del licor, recorrió con paso sereno las entrañas de la Ciudad Universitaria. Quienes presenciaron su muerte dijeron que el desconocido saltó desde las tinieblas sobre su víctima, y sin darle oportunidad de defenderse, arremetió varias veces con su mano izquierda cerrada contra su torso, sus brazos y su cara. Finalmente, se sumergió de nuevo a la callejuela oscura de la que había salido, como un tentáculo retráctil de la noche. Para cuando pudieron acercarse, es decir, cuando ya el atacante había huido y no había riesgo de recibir una agresión duplicada, el gentío acordonó al desfallecido hombre. Por el sitio del ataque pasaba José Rubí, un joven estudiante de Medicina de la UNAN–León([6]), que proporcionó asistencia primaria a Dauria, y aunque trató con todos sus conocimientos de contener el atropellado derrame de sangre, fue inútil. Su hijo una vez más: 

 

[…] Nos llegaron a avisar como a la medianoche, porque mi papá tenía nuestra dirección apuntada en un papel dentro de su pantalón. Mi mamá cayó al piso en cuanto se lo dijeron, pobrecita […] Llegamos a la morgue para reconocer el cadáver; mi mamá me agarraba bien fuerte de la mano, como si yo me le fuera a perder allí donde tienen todos los cuerpos engavetados y etiquetados, como si alguno de ellos fuera a hacerme algo, y recuerdo que los médicos le decían que era una locura, señora cómo va a meter al niño aquí, lo va a traumar, pero a mi mamá no le importó, ella quería que también yo lo viera porque, de cierta forma, nunca lo conocí […]([7])

 

Al día siguiente, en la mañana del 23 de julio de 1959, Rafael Dauria disfrutó de un sepelio lacónico, acompañado por su viuda y su hijo, en el cementerio de la ciudad. Recién cumplía los 40 años. Horas más tarde otro tipo de sepelio, uno más encarnizado, tomaría lugar([8]). 

Llegando al Dauria de nuestro interés, es pertinente apuntar que su quehacer artístico está intrínsecamente ligado a la historia de INCINE([9]). Su llanto resonaría por primera vez en mayo de 1955, entre los arenales de la comunidad de Los Zanjones. Como se ha enunciado antes, Dauria se trasladó desde muy joven con su madre a la ciudad de León. Nadie fue tan enérgico como el propio Dauria al reconocer que, durante la mayor parte de su juventud, no tuvo ningún tipo de acercamiento o involucramiento con la causa del FSLN([10]). Nuestro imberbe cineasta no contaba con más de 24 años cuando, el 17 de julio de 1979, Anastasio Somoza Debayle huía del país que su linaje había regido con mano firme por casi cinco décadas; los mismos 24 años cuando Francisco Urcuyo se negaba a investir a la nueva Junta de Reconstrucción Nacional, al día siguiente; 24 años cuando las tropas armadas ingresaban a Managua, victoriosas, dos días después. Rápidamente, la entrante Junta de Gobierno, conformada por cuadros del FSLN y representantes de sectores civiles, cuadruplicaba el tamaño del Estado mediante un decreto especial; desde los ripios del régimen, aparecería más de una docena de nuevas instituciones, entre ellas el visible Ministerio de Cultura, el operativo DEPEP([11]), o el exiguo INCINE. Como quien reúne desperdicios después de una tormenta, INCINE heredaría los insumos de la Productora Cinematográfica Nicaragüense Especializada, PRODUCINE, propiedad de Somoza y destinada a usos comerciales. Pero su legado inmediato sería menos conquistable: en sus pasillos recayó la planificación y construcción de una nueva identidad nacional, proceso postulado por el Tercer Cine y el Cinema Novo. Una identidad nacional (la nicaraguanidad) que se ajustara a los intereses del Nuevo Cine Latinoamericano, movimiento popularizado en los primeros festivales celebrados en Chile y Venezuela en la década de los años sesenta y setenta, donde deslumbrarían nombres como Raúl Ruiz, Fernando Solanas, Jorge Sanjinés, entre otros([12]). Una nicaraguanidad para la época y para la épica. Excitados por las ráfagas del cambio, los cineastas nicaragüenses estaban preparados para romper el silencio, salvo por un diminuto detalle: no sabían cómo contar historias o cómo transformarlas en películas. Un viejo aliado custodiaría el establecimiento de INCINE: desde Cuba, especialistas el ICAIC([13]) viajaron a Nicaragua en calidad de asesores. Todas las piezas parecían integrarse de una manera orgánica y natural, como bien apuntó el periodista y escritor Manuel Pereira, luego de una convencida estancia en el país:

 

[…] Bufan nuevos aires en Managua. Son aires briosos, llenos de ímpetu. Es imposible no contagiarse ante la emoción de los jóvenes nicaragüenses, sus ideas, aspiraciones. Es mi deber anunciar el advenimiento de un enorme cambio, de un parteaguas histórico: un antes y un después en la forma en cómo hemos venido haciendo (y viviendo) el cine latinoamericano. Hablo, por supuesto, del Nuevo Cine Nicaragüense […]([14]) 

 

Ajeno a los embates de la época, Saturnino Dauria respondía a una existencia ligera e irreflexiva. La dictadura y la insurrección fueron sucesos que, por inverosímil que parezca, pasaron de largo sin afectarle, igual a un puente cruzando encima de un río ensanchado. En las calles, los jóvenes corrían detrás de la muerte. Abandonaban sus hogares, abandonaban sus familias. Pero el agobio y la vergüenza de su madre, viuda por disposición, provocaban en Dauria una profunda displicencia hacia cualquier tipo de compromiso, convirtiéndolo en un hombre incompleto, sediento de cualquier tipo de arrojo. Este ansiado llamamiento tuvo lugar varios meses después del triunfo de la revolución de una manera casi accidental: la primera de muchas coincidencias que marcaron su vida de manera benévola y desastrosa.  

 

[…] Para principios de ese año [1980] yo ya estaba viviendo en Managua; un día la avisé a mi mamá que me iba, agarré un par de camisas, las metí en una mochila y me vine al ride desde León en un camión lleno de plátanos que venía al [Mercado] Oriental. Me instalé en una cuartería allí mismo en el mercado y empecé a trabajar de acarreador. No me dijo nada ni me reclamó, pero de vez en cuando hablábamos por teléfono, y cuando me iba bien la visitaba los fines de semana y le llevaba sus chambulines. Una tarde que me pagaron me fui a tomar una sopa cerca de El Novillo y luego me dieron ganas de ir a pasear al Malecón, de tomarme una cerveza, y me fui, y caminando me topé con el viejo Cine González que ahora sirve de templo evangélico […] Siendo franco, no recuerdo bien qué película estaban pasando, mi memoria empieza a tener fugas, pero jamás voy a olvidar ese primer noticiero que vi: comenzaba con tomas del Oriental, las callejuelas del mercado, los andenes repletos de tramos, y luego seguía con entrevistas a los vendedores ambulantes, las mercaderas con sus delantales; me sorprendió mucho que las personas que salían allí hablaran exactamente como yo: gente pobre, sin estudio […] Ya sé por qué no recuerdo la película: no la vi, me salí antes. Me sentía conmocionado, como distinto; sentía como me si hubieran revelado un gran secreto que siempre me había sido oculto. Me dije que yo quería hacer eso, que quería hacer películas, aunque no supiera cómo […]([15])

 

Por supuesto, Dauria se refería al sexto noticiero en la producción de INCINE, «Acto del primero de mayo», dirigido por Ramiro Lacayo, codirector y fundador de INCINE, en conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores([16]). En junio de ese mismo año, se presentaría a las instalaciones de INCINE para pedir empleo. Carlos Vicente Ibarra, también codirector de INCINE y encargado de la responsabilidad administrativa de distribución y exhibición, recibió a Dauria en su oficina. Sin experiencia ni estudios pero con evidente entusiasmo, Ibarra decide darle una oportunidad. De esta forma comienza su carrera en el cine como jardinero y, eventualmente, conductor. Claro está que nadie en INCINE  sospechaba las verdaderas ambiciones de Dauria. Su primera gran mise–en–scène se presentó cuando uno de los camarógrafos enfermara de amebiasis. Movido por la escasez de personal, el nombre de Saturnino Dauria puede leerse en los créditos del noticiero «La defensa política» (Mayo 1981), dirigido por Mariano Marín. Marín, que había estudiado cine con Jean Rouch en el Musée de l'Homme en Francia, resentía las presiones para terminar la filmación y ulteriormente enviar la cinta a Cuba para su edición. Para evitar atrasos, y sin ningún reemplazo disponible, Ibarra tomó el riesgo y designó a Dauria como camarógrafo. La relación entre Marín y Dauria fue, vale decirlo, una de hermanamiento. Dauria encontró en Marín, cuando no un amigo, un maestro:  

 

[…] Aprendí todo lo que tenía que saber sobre planos, montaje, cortes, movimientos de cámara; trabajar con [Mariano] Marín fue toda una escuela, era sin duda el mejor director de INCINE, el más talentoso de Nicaragua, y yo siempre le estaré agradecido por haberme enseñado tanto […]([17])   

 

Lamentablemente, luego de tan lograda experiencia, Dauria desafiaría por primera vez a quien sería su supremo represor: la Revolución. El noticiero por donde se le mire representa un inconveniente: sin ningún discurso oficial de ningún comandante, sin ninguna alusión inmediata a los logros de la Junta de Gobierno, una toma rápida durante los créditos exhibe un muro de Managua con el graffiti «En la montaña enterraremos / el corazón del enemigo» firmado por el FSLN y, justo al lado, por la GPP ([18]). Sobre lo sucedido registra Dauria:   

 

[…] El Viceministro de Cultura, Francisco Lacayo, mandó a llamar a [Mariano] Marín y lo regañó por esa toma, le dijo que no era momento de reanudar las diferencias del pasado, que eran tiempos de unidad. Después de la reunión [Mariano] Marín me contó bien arrecho, que se harte un barril de mierda ese burguesito me dijo, y nos tiramos los dos la carcajada, porque en ese momento nos cayó en gracia, no lo mirábamos como algo tan grave, pero de haber sabido lo que se me vendría después quizás hubiera tomado previsiones […]([19])   

 

Un traspié iniciático. Pero el novicio director no se amedrantaría. En reconocimiento a su prodigiosa labor en «La defensa política», Ibarra anexó a Dauria en la planilla de INCINE en calidad de camarógrafo titular para los próximos noticieros. En su currículum desfilan trabajos como «La otra cara del oro» (Julio 1981) codirigida entre el portorriqueño Emilio Rodríguez y el nicaragüense Rafael Vargas, «Jornada anti–intervencionista» (Septiembre 1981) también de Marín, «Wiwilí, sendero a una victoria» (Octubre 1981) de Alberto Legall, «Dispuestos a todo por la paz» (Marzo 1982) de Fernando Somarriba, «Los trabajadores» (Julio 1982) de María José Álvarez, entre otros([20]). En el plano personal, Dauria había conocido a Verónica Carranza, costurera de profesión, que trabajaba reparando camisas y uniformes de algunos funcionarios de INCINE, y quien terminaría siendo su única pareja y finalmente viuda. Hacia el primer trimestre de 1982, Dauria participaba de manera activa como camarógrafo y, a veces, como asistente de sonido, de fotografía, o de dirección, en varios proyectos de INCINE, y había pasado a compartir una modesta casa con Carranza en la Colonia Máximo Jérez. De más está insinuar que la historia de Dauria podría considerarse el trayecto de un hombre que viaja desde la penuria hasta la satisfacción. Pero el azar daría otra vuelta de tuerca; una funesta vuelta en la forma de, justamente, un sueño. 

Todo el siguiente escenario razona muy poco con fuentes fidedignas y más bien se respalda en conjeturas y corazonadas. A Dauria lo ataca una idea, una imagen, una película. Ha soñado una película completa y está decidido a filmarla. Convence a Marín de ayudarle a escribir el guión, éste acepta. Finalmente, Marín y Dauria terminan con un primer borrador de 127 páginas. El guión es presentado a Ramiro Lacayo, éste aprueba la película pero con la condición de disminuir la duración del largometraje. Dauria acepta inicialmente, pero se enfrenta al primero y menor de sus problemas: INCINE no cuenta con todo el capital suficiente para la producción. Pasaría luego algo sumamente azaroso: INCINE apuesta por la visión de Dauria. Lacayo intercede ante las personas necesarias, aboga con los contactos indicados, y consigue que el proyecto sea financiado por una coalición de instituciones([21]). Dauria y Marín trabajan a contrarreloj para reducir el guión a una versión más manejable pero resulta imposible. Finalmente deciden filmar las 83 páginas sobrevivientes; Marín, en un desprendido gesto de amistad, comisiona toda la autoría del guión a Dauria. El equipo de producción y filmación es seleccionado exclusivamente por Lacayo en su rol de capitán de INCINE. Es septiembre de 1983 y Saturnino Dauria presiona los pedales del proyecto más arriesgado en la historia del cine nicaragüense. Con un espacio de 12 días para la investigación, selección de locaciones y pre–producción, 33 días de filmación, y 10 días de edición en el ICRT([22]), la cinta es filmada en formato 16mm a colores. Una primera exhibición corre a cuenta de Marín y Dauria, y la película es presentada en la sala de proyecciones de INCINE: las primeras reacciones son tan dispersas como generosas. La ópera prima de Dauria provoca tanto miedo como admiración y angustia y delectación en los funcionarios de INCINE que, como un peligroso cóctel molotov que no es soltado a tiempo, toman la peor decisión posible: Nicaragua participará oficialmente con la cinta en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. La devastación es inaplazable. 

La crítica destroza la cinta. Es tildada de antirrevolucionaria, de reaccionaria; INCINE y su staff es acusado de diversionismo ideológico. Vetada por el Comité de Clasificación([23]), la película jamás se presentó en el circuito de teatros nicaragüenses. Hoy no se conserva copia alguna. En verdad poco o nada se sabe del debut cinematográfico de Dauria. La especulación funciona a manera de niebla o ceniza alrededor de su figura. Queda solamente consultar los registros, las acusaciones de lo que se vivió en La Habana. Catalogada como “la mano peor jugada por la mediocridad del cine”([24]), “una bofetada en la cara de todos los creadores comprometidos con el cambio”([25]), “la más grave fractura en la accidentada vida del cine”([26]), “el trabajo más vergonzoso que el cine nicaragüense jamás podrá borrar de su historia”([27]), la película sería adscrita al anaquel de la censura. Su guionista y director también. Confundido y agraviado, Dauria sería separado forzosamente de INCINE. Su nombre fue eliminado de los créditos de todos los proyectos en que participó, de todas las conversaciones de sus amigos. Como una sepultura sin lápida, Saturnino Dauria sería olvidado con sospechosa facilidad y alevosía. 

Nadie parece escuchar su nombre claramente en la primera ocasión. El periodista pregunta de nuevo, para verificar, y la respuesta sigue siendo la misma. “De Nicaragua” dice, y toma otro sorbo de su espresso saborizado. A Gaspar Noé le han preguntado por sus cineastas de cabecera y, luego de un listado de nombres predecibles, atrapa un cuchillo con los dientes: “Saturnino Dauria, de Nicaragua”. “¿De dónde?” pregunta el periodista. Noé remata: “De Nicaragua”. Por primera vez en más de dos décadas alguien da señas de su paradero. Es el año 2009 y «Enter the void» es estrenada en el Festival de Cannes con reseñas ambiguas pero fructuosas, a saber: el nombre de Noé tirita y deslumbra como rótulo de neón. Cuando, en la terraza de un café, le preguntan dónde ha visto el trabajo del director nicaragüense, Noé responde con una insulsez casi absurda: “Pues en Youtube”. La entrevista se vuelve viral; balanceándose en su hamaca, en el porche de su casa, Saturnino Dauria no da fe a lo que sus ojos comunican. “El mayor don de Dauria es esa capacidad que muy pocos cineastas tienen de abstraer al público para presentarle un mundo onírico y casi surreal donde convergen la ficción y la memoria, el espanto y la belleza. Creo que en mis películas, al menos en «Enter the void», hay muchos vasos comunicantes que comparten niveles con Dauria; nuestros personajes terminan por convertirse en el corpus narrativo, pero es el espectador quien se encarga de completar esta diégesis maravillosa. Me parece un crimen que poca gente esté familiarizada con su trabajo, sin duda Dauria fue un hombre de avanzada para su época”, sentencia Noé, con una salida cadencia francófona. Desde la pantalla de una tablet, y auxiliado por su familia (desde mediados de 1986 se había mudado a Chichigalpa junto a Verónica y Estela, única hija del matrimonio), Dauria reproduce el mismo vídeo una y otra vez. Parece una broma macabra, un embuste del destino, que el único y más grande trabajo de Dauria, reprimido y censurado, terminara en una cuenta anónima de Youtube. Al momento de la última revisión de este texto, el vídeo alojaba un total de 1,595,052 visitas, cantidad que aumenta cada día gracias a la entrevista de Noé([28]). Expuesta al mundo en su versión digital, la única copia existente de la película, se convertiría rápidamente en un clásico infaltable. El sitio web Taste of cinema la ha catalogado como la séptima mejor película de ciencia ficción en español. Toda una nueva generación de cinéfilos se ha abocado al fenómeno que es ahora Saturnino Dauria.

Aunque alejado por convicción de la escena artística oficialista, Dauria siempre se mantuvo abierto al diálogo. En una de sus únicas entrevistas, ante el creciente y repentino interés, dijo:

 

[…] No era de extrañarse que mi película fuese recibida con tanto escepticismo, con tanta tirria. Para mí no fue ninguna sorpresa, la verdad; por cosas peores o iguales debieron haber pasado los genios que anduvieron el mismo camino que anduve yo. No sé quién habrá subido la película, ni cómo la habrá conseguido, pero quien quiera que haya sido, no me hizo un favor a mí, se lo hizo al cine. […] Es como leí una vez: a finales de los setenta, Picasso montó una exposición en Nueva York. Toda la alcurnia de la ciudad asistió, claro, era Picasso. Picasso aprovechó la noche para mezclarse entre la concurrencia con un disfraz de manera que nadie lo reconociera; la gente se paseaba por allí como hormiguitas obreras, moviéndose de un cuadro a otro, diciendo en voz baja lo mucho que les gustaba este cuadro, el otro, que si era cubista o no. Una noche aburrida como Picasso ya se la había imaginado, hasta que notó a una mujer detenida frente a uno de sus cuadros. Se acercó más y vio que era una mujer muy joven, una adolescente, y que lloraba. Picasso se le pasó viendo el resto de la noche, porque la muchacha no se movía, se había quedado petrificada frente al cuadro, con el llanto también inmóvil. Hasta que caminó hasta el cuadro y lo desmontó. La mujer, alterada, le preguntó qué hacía, que quién le daba el derecho de quitar el cuadro, a lo que Picasso respondió: no lo necesito más, he pintado un cuadro mejor. Conmigo pasó igual, yo vi la película completa, al contrario de mis compañeros de generación. Pero es cierto lo que dicen: que los mejores hombres son aquellos que no existen sino para anularse, para desaparecer, pues son los que van más allá  […]([29])   

 

Citando a Nietzsche en su mecedora, el merecido reconocimiento llegaría finalmente hasta el hombro de Saturnino Duaria. Ingenioso como era, había fundado una microempresa especializada en la manufactura y comercialización de jabones artesanales con propiedades hidratantes, antioxidantes y anticelulíticas, elaborados en su mayoría a base de coco, palma africana, hierbabuena, manzanilla, y varios cítricos de la región. Fallecería de IRC([30]) a los 57 años en su casa de habitación en Chichigalpa. Al momento de sus exequias, hay quien asegura haber escuchado a su viuda comentar que Dauria trabajaba en un nuevo proyecto: un jabón exfoliante a base de caña de azúcar que esperaba lanzar a la venta muy pronto.

 

 

 

A Flor Velásquez,

compañera del vértigo y el alba

 

 

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([1]) El 25 octubre de 1925, el presidente constitucional, Carlos Solórzano, es depuesto por un golpe de estado, conocido solo como El Lomazo, que erigiría al General Emiliano Chamorro como nuevo presidente inconstitucional, y posteriormente al caudillo Adolfo Díaz. Un nuevo conflicto armado estalla entonces entre dos facciones históricamente opuestas: liberales (llamados calandracas, o perros flacos, por sus rivales) y conservadores (vulgarmente apodados timbucos, cerdos gordos).  

([2]) Gonzalo Rivas Novoa (1906 – 1958), periodista y escritor, tío de Saturnino Dauria. De esta experiencia nacería después su libro «Pancho Cabuya y otras aventuras centroamericanas».

([3]) «Entrando a la madriguera del conejo blanco: Conversación con Saturnino Dauria», entrevista con Marta Leonor González, La Prensa Literaria, 14 de noviembre de 2009.

([4]) Bajo la generosa sombra de un árbol en Tipitapa, un 4 de mayo de 1927, fuerzas liberales y conservadoras firmaban lo convenido por Henry L. Stimson, enviado especial a Nicaragua por el Presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge, en  calidad de asesor. Entre las condiciones del armisticio destacaban la permanencia de Adolfo Díaz en el poder y la formación de un organismo armado apolítico, integrado tanto por conservadores como liberales, con el propósito de imponer una paz permanente. A este cuerpo castrense se le conocería después como Guardia Nacional de Nicaragua.

([5]) Entrevista con Wilmor López, 30 de junio de 2006. Archivo personal del entrevistador.

([6]) Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, con sede en León, fundada en 1812.

([7]) Entrevista con Wilmor López, 30 de junio de 2006. Archivo personal del entrevistador.

([8]) Como protesta por la masacre en El Chaparral, consumada el 24 de junio de 1959, donde un frente de guerrilleros nicaragüenses y otros expedicionarios internacionalistas fue atacado por el Ejército Hondureño y la Guardia Nacional, el gremio estudiantil de la UNAN–León decidió marchar de manera pacífica. Esta manifestación sería violentamente reprimida por la Guardia Nacional, dejando como resultado varios heridos y cuatro estudiantes asesinados, entre ellos Sergio Saldaña, estudiante de Medicina, Mauricio Martínez y Erick Ramírez, estudiantes de Derecho, y José Rubí, el joven samaritano que una noche antes había intentado salvar a Rafael Dauria.

([9]) El Instituto Nicaragüense de Cine (INCINE) fue creado oficialmente a través del Decreto No. 100, publicado en La Gaceta Diario Oficial, el 22 de septiembre de 1979.

([10]) Frente Sandinista de Liberación Nacional.

([11]) Departamento de Propaganda y Educación Política.

([12]) Otro nombre de atención: Miguel Littín (Chile, 1942), quien llegaría a registrar una nominación a los Premios de la Academia con la controvertida coproducción nicaragüense «Alsino y el cóndor» en la categoría de Mejor Película Extranjera. 

([13]) Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.  

([14]) «Regresar a casa», Manuel Pereira, Cine Cubano, no. 96, 1980.

([15]) «Entrando a la madriguera del conejo blanco: Conversación con Saturnino Dauria», entrevista con Marta Leonor González, La Prensa Literaria, 14 de noviembre de 2009.

([16]) En total, INCINE realizaría cerca de 40 o más noticieros, todos filmados en formato de 35mm, blanco y negro, con una duración estándar de 10 minutos, aunque estos parámetros podían variar. Estos noticieros funcionaban como herramientas masivas y efectivas de comunicar a la nación temas de interés, desde la nacionalización de las minas, la reforma agraria, hasta la interacción del Gobierno con las comunidades autóctonas de la Costa Atlántica.  

([17]) «Entrando a la madriguera del conejo blanco: Conversación con Saturnino Dauria», entrevista con Marta Leonor González, La Prensa Literaria, 14 de noviembre de 2009.

([18])  En los años integrales de la lucha de insurrección, el FSLN se encontraba dividido en tres tendencias: la Tendencia Proletaria, la Tendencia Tercerista, y la Guerra Popular Prolongada. Cada tendencia manejaba una agenda distinta e intereses propios. 

([19]) «Entrando a la madriguera del conejo blanco: Conversación con Saturnino Dauria», entrevista con Marta Leonor González, La Prensa Literaria, 14 de noviembre de 2009.

([20]) Inicialmente, INCINE contemplaba la realización de 11 a 12 noticieros cada año, y de 5 a 6  documentales filmados en formato 16mm a color con una duración estándar de 30 minutos.  

([21]) Acorde a documentación interna de INCINE, la producción costó alrededor de C$1,359,055.00, de los cuales INCINE dispuso el 50% (C$679,527.50), la Asociación de Mujeres Luisa Amanda Espinoza, AMNLAE, administró el 15% (C$203,858.25) y el Ministerio de Desarrollo Agropecuario y Reforma Agraria , MIDINRA, contribuyó con el 35% (C$475,669.25).

([22]) Instituto Cubano de Radio y Televisión.

([23]) El Comité de Clasificación, creado en 1979 para originalmente funcionar dentro del Ministerio de Cultura y trasladado posteriormente al Ministerio del Interior, estaba integrado por miembros de INCINE, la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), el Ministerio de Educación, el Ministerio de Salud, la Unión de Periodistas de Nicaragua, y varias organizaciones juveniles. Sus criterios de clasificación permanecen inciertos, no su poder.   

([24]) Ambrosio Fornet, «Trente ans de cinema dans la Révolution», edición de Paulo Antonio Paranagua, Le Cinéma cubain, París, Centre Georges Pompidou, 1990, página 91.

([25]) Fernando Birri, «El alquimista poético–político: Por un nuevo cine latinoamericano (1956–1991)», Madrid, Catetral Filmoteca Española, 1996, página 295.

([26]) John King, «Magical Reels: A history of Cinema in Latin America», Verso, 2000, página 199. 

([27]) Jonathan Buchsbaum, «Cinema and the sandinistas: Filmmaking in the revolutionary Nicaragua», Universidad de Texas, 2003, página 96.

([28]) La descripción del vídeo en Youtube es la siguiente: «Título: Estrella Oscura / Sinopsis: Francisco es un adolescente nicaragüense con deseos de defender a su patria ante la guerra de agresión. Sin embargo, su condición le obliga a depender de su madre y una silla de ruedas. A pesar de todas las adversidades, Francisco encontrará un campo de batalla que defenderá a toda costa: el de sus sueños. / Año: 1983 / País: Nicaragua / Duración: 72 minutos / Guión y dirección: Saturnino Dauria / Asistente de dirección: Félix Zurita / Dirección de fotografía y cámara: Frank Pineda / Asistente de cámara: Omar Traña / Edición y montaje: Johnny Henderson / Productor ejecutivo: Mariano Marín / Productor asociado: Alberto Legall / Productor asociado: Ramiro Lacayo / Sonido: Eddy Meléndez / Edición musical: Eduardo Guadamuz / Composición musical: Pablo Buitrago / Iluminación: Jerónimo Urroz / Vestuario: Verónica Carranza». Hasta la última revisión de este texto, la película aún estaba disponible bajo este enlace: https://youtu.be/mR-7DOGy2ac.

([29]) «Entrando a la madriguera del conejo blanco: Conversación con Saturnino Dauria», entrevista con Marta Leonor González, La Prensa Literaria, 14 de noviembre de 2009.

([30]) Insuficiencia Renal Crónica.

Manuel Membreño (Nicaragua, 1988). Ingeniero de profesión. Ha participado en revistas y antologías, y ha publicado dos libros, uno de narrativa y otro de poesía. Este texto es la primera parte de un cuento inédito, perteneciente a un libro beneficiado con una residencia de creación del FONCA. Actualmente trabaja como agente de cobranza médica.

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