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Selección de poemas de

                                              Alex Aillón Valverde

 

 

         

        

4000

 

 

I´m an old man now, and a lonesome man in Kansas

Allen Ginsberg

 

Pero mi patria gemía a cuatro mil metros sobre el nivel del hambre

                                                                                                                              Eliodoro Aillón Terán

 

 

 

Voy a hablar de la soledad de Bolivia, que bien podría ser la soledad de todos nosotros.

Mi soledad, o mejor dicho, nuestra soledad, no es la misma que otras soledades.

No es la soledad de Kansas, que hace cantar a Ginsberg en una carreterra nublada, a 60 millas de Wichita.

Tampoco es la soledad de Philip Glass, que alienta la recuperación del cosmos en el vórtice de su piano y que hace temblar la cuerda floja del tiempo en la mitad del mundo.

No, no es la soledad de las plantaciones de algodón, ni la soledad que hace dormir al Diablo del blues, ni la guitarra de Woody Guthrie, ni las historias de Bob Dylan.

No es la soledad de los barcos, ni la de Hemingway; tampoco la lenta e inasible soledad de las ballenas; ni la soledad de los mensajes que vienen del otro lado de la Atlántida trayéndonos otros silencios, otros lenguajes, en botellas arrancadas al océano inabarcable, inaudito.

No es la soledad de Virginia o la de Alfonsina o la de Janis, menos la soledad de Silvia, la de Alejandra o la de Marilyn que se quiebran como un puñado de palabras arrojadas a una ventana, una mañana de invierno.

No, no es la obscena soledad de los iluminados, ni la soledad de la hoja en la corriente del río que camina hacia una soledad más vasta, una que no conocemos.

No es la soledad de las jeringas, ni la soledad de la última bomba; no es la soledad del último suspiro; tampoco la constelada soledad de los burdeles donde Charlote es nube y es lluvia; como tampoco es la soledad tan concurrida de un viejo poeta uruguayo a quien nos gustaba llamar Bennedetti.

No, queridos hermanos, no es la soledad que iluminan las luciérnagas, tampoco la tenebrosa soledad de los muertos, ni la soledad de los hombres solos. No, ésa no es nuestra soledad.

Nuestra soledad es una soledad sin nombre que se acerca a cualquier esquina, a la luz amarillenta de la tarde donde nuestras soledades se juntan para encontrar algo de calor.

Es algo que fermenta con los siglos.

Mezcla de ídolos, dioses, rituales, pachamamas y mamaocllos; emblemas agobiados con cocaína, wiski barato, carnaval y goma de mascar.

Asistimos en multitud al majestuoso espectáculo de nuestra propia soledad.

Más solos que las cometas en su trayecto hacia Dios –sumergidos en enormes vasos de alcohol y chicha, agachados sobre un espejo, dibujando las líneas que trazan el siniestro mapa de nuestro extravío–, nos alejamos mientras una gigantesca banda hace reventar el ojo del crepúsculo en el horizonte.

Nuestra soledad es la soledad de la última pastilla antes de apagar la luz y decir adiós.

Nuestra soledad no busca salida, es así como es: retrato de familia en la cocina, sopa a mediodía, coca en el cachete.

Y es que esta soledad que es nuestra, es única.

No es la soledad del Oráculo, queridos hermanos, ni la soledad del laberinto. No es la soledad de los emperadores chinos o la de Stalin, ni siquiera la bíblica soledad de la pija del Papa.

Esta soledad nuestra es una soledad institucional, una soledad con ítem, una Soledad con mayúscula; es una soledad con capacidad de mentirse a sí misma, una soledad con capacidad de destrucción masiva; un frío repentino, un tropel de palabras sin vida.

Esta soledad nos hace gigantes, amados compatriotas, porque es monstruosa; no existe nada que nos lastime pues nuestra soledad está con nosotros y podría parecer inútil pero es eterna.

A más de 4000 metros sobre el nivel de nuestro propio vómito, les invito a mirar la patria y su soledad plagada de discursos y salones presidenciales; a sentir el poder de los narcóticos, el poder de las banderas, de los símbolos angustiosos, el cruel espectáculo de la nada.

A más de 4000 metros sobre el nivel de la locura, les convoco a encontrarnos en la matriz del universo, en la soledad de nuestras estaciones espaciales y contemplar nuestra abominable creación.

A más de 4000 metros sobre el nivel de la desolación, emplazo a esos hombres como rocas paridas por la montaña; convoco a mi Padre y su palabra trocada en silencio; convoco nuevamente su desnudéz y su infancia rota; convoco a todos los que estando solos, se olvidan de nuestra soledad.

No convoco a Shambu Bharti Baba, a William Blake, a Hare Khrishna, a Allah, a Yavé, a Jesucristo; convoco a Ginsberg (el todopoderoso), a Panero (el elocuente), a Horlderlin (el delirante), a los condenados, a las putas, a los desquiciados, a los suicidas, a los miserables, a los abandonados, a los verdaderos hijos de este planeta, para tomarnos de la mano y subir a nacer en la cúspide de la tormenta.

Yo no vengo a pedirles nada, señores, nada que les pertenezca, nada que no nos haya sido dado ya por la embriaguez, la tristeza y la eternidad, que tanto se parecen al abandono y al amor.

Esta tarde, que en el horizonte se queman mis ojos y se petrifican mis lágrimas como abatidas por la mirada de la Medusa, las manos de mi padre me han vuelto a tocar y han despertado mi alma conmovida por el beso de su ausencia.

 

 

 

 

ROCKSTAR

 

No eres Plant, no eres Morrison, no eres Cobain. Las mujeres, las luces, los fotógrafos no te persiguen. Eso ya pasa muy rara vez entre los de nuestra calaña. Pero fue gente como nosotros la que inventó el infierno, la que pactó con el demonio antes de que a alguien le creciera la melena. Nosotros elevamos ángeles y los derribamos. Fue uno de nosotros el que vio arder Troya. Fue uno de nosotros el que vio morir a Virgilio. Fuimos nosotros los que cantamos la destrucción de la bomba y seremos nosotros quienes cantemos el fin de los tiempos. No, no eres un rockstar. No eres Hendrix, no eres Joplin, no eres Springsteen. ¿Pero a quién carajos le importa? Nosotros inventamos aquello de vive rápido y muere joven.  Nosotros vomitamos antes, nosotros morimos después. Nosotros cambiamos el rumbo de los satélites antes de que el universo perdiera totalmente el control. Nosotros inventamos el amor, los besos, la traición, la soledad. Nosotros pateamos al perro de Hitler hasta que el maldito escupiera la verdad. No, no eres un rockstar, pero eres un poeta. Joder, no es poco. Tu cara es fea, tus lentes son horrendos, tienes ojeras y mal aliento. Vives cabreado con la especie y la especie vive cabreada contigo. Nadie apagará la luz cuando te hayas ido. Pero da igual. Es hora de ponerse a escribir. Es hora de mover el mundo.

 

 

 

MI GENERACIÓN

 

No somos hijos de los hippies. A la mierda con los hippies. Nosotros somos hijos de los revolucionarios. Los que querían cambiar el mundo a la mala, porque el mundo era malo de verdad. No es que haya cambiado mucho. Pero nos hemos vuelto complacientes. Ahora los hippies son unos payasos y los revolucionarios son los dueños del circo. Ya nadie ama nada lo suficiente como para jugarse la vida por la vida. Todos administran su cariño. Todos se han vuelto unos miserables banqueros. A nuestra generación nadie le enseñó a contener sus sentimientos. No nos enseñaron a hacer eso. Mi generación es la generación de la rabia, la generación de la ira, del escándalo ése al que llamabamos amor. A nosotros nos enseñaron que el mundo es un lugar horrible, rodeado de bruma y de neblina, pero que el amor y la batalla le plantan cara a la muerte. Nos enseñaron que amar es la única forma de resistir. Es lo que nos enseñaron. Es lo que hacemos. Amar para resistir. Por eso no nos hablan. Por eso no somos bienvenidos. Por eso no nos invitan. Por eso nos ponen X.

 

 

 

 

Alex Aillón Valverde nació en Sucre, Bolivia, en 1969. Ha publicado los siguientes títulos: Para leer al Pato Donald desde la diferencia; Pop y otros escritos; y 4000. Revolución es su nuevo poemario bajo el sello de Editorial S. Aillón Valverde es periodista y comunicador social. Ha vivido y trabajado en Ecuador, Estados Unidos y Bolivia. Gestor cultural, catedrático. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Cultura Eduardo Abaroa el año 2013 y con el Premio Juana Azurduy en Poesía. En la actualidad Alex Aillón Valverde es Editor del suplemento cultural Puño y Letra del periódico Correo del Sur de la Capital de Bolivia y colabora con The Clinic de Chile. También es Director General de Editorial S y del grupo Ciudad Idea.

 

 

 

 

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