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Restituir el orden para festejarlo en Fiesta en la Madriguera de Juan Pablo Villalobos

 

Por José Ricardo García Martínez

 

Los derroteros que permean en la narración de Fiesta en la Madriguera (2010) de Juan Pablo Villalobos adquieren una marcada paradoja, pues la anunciada fiesta nunca sucede. Ciertamente, desde el título la idea del convite o de festín alude no sólo a la celebración por alegría, sino a toda ceremonia y por tanto a todo ritual. Por consiguiente, el texto de Villalobos adquiere matices no de una conmemoración afectiva, pero sí de un marcado rito a efectuarse. El título plantea en primer término la festividad a la iniciación, y en segundo la ubicación espacial del rito: la madriguera. La espacialidad presente en el título redondea que la festividad sea un ritual de iniciación. En sentido simbólico, la madriguera es el espacio del refugio, de lo cerrado y del descanso, pero también, en líneas más literales, este espacio es donde la gente de mal vivir se esconde y se refugia, o al menos eso afirma la RAE. Ahora bien, si estas connotaciones llegan a estabilizarse se verá que, en sí, el texto es la iniciación de Tochtli, el narrador del relato, al mundo adulto que lo rodea, al mundo, sobre todo, de los hombres representados en el texto. Y no obstante esta aseveración deberá considerarse sólo como una lectura de primer acercamiento, pues visto desde otras perspectivas la iniciación de Tochtli no se dirige sólo al adaptarse al mundo adulto masculino.  

El relato de Tochtli, narrado de forma concisa, es más que sólo la narración de un niño que presencia atrocidades y aprende a vivir con ellas. La particularidad de la historia de este niño radica en que desde el primer momento narrativo se figura una confrontación entre él y quienes lo perciben, y eso nos incluye como lectores. Así, las primeras líneas del texto perfilan a Tochtli como el “objeto/personaje” a observar. “Algunas personas dicen que soy un adelantado. Lo dicen sobre todo porque piensan que soy pequeño para saber palabras difíciles. Algunas de las palabras difíciles que sé son: sórdido, nefasto, pulcro, patético y fulminante.” El personaje inaugura no sólo su narración sino su historia pública y privada. En otras palabras, la confrontación con esos otros, quienes son indefinidos y por tanto pocos, atribuye una narración al propio Tochtli y le otorga un rasgo único: ser “adelantado.” Por otra parte, el relato privado del narrador estará articulado por su saber, las palabras “difíciles”. Así, si la consideración pública de Tochtli como un adelantado radica en su condición privada de saber, su mundo representado estará dividido entre lo público y lo privado.

La calificación, o atribución, de adelantado genera en Tochtli no sólo una desalienación sino una rearticulación. En este momento caemos en cuenta que si el relato se refiere a una iniciación, esta iniciación aparece desde el primer momento narrativo y será percibida y sancionada por la opinión pública, a partir de la adquisición lexical (saber). Entonces, el epíteto no sólo reviste al narrador de una característica de superdotado o anticipado, sino que se vuelve prematuro a su tiempo, es decir, se sale de lo normal, lo establecido y por ende, podríamos adelantarnos un poco y decir que la fiesta de Tochtli llega por su carácter precoz ante el mundo. Por otra parte, el saber como condición y clasificación de la madurez perfilan al narrador a ser sancionado de forma dispar. Es decir, su condición física no es acorde a su conocimiento, pues las palabras que sabe son difíciles. Lo público no sólo califica a Tochtli, sino a su saber. Desde esta perspectiva, la dificultad que encuentra la opinión pública, representada por las personas que conocen y califican al narrador, más que un obstáculo es también la razón por la cual Tochtli es precoz y a la vez superdotado.

Entre su propio saber y la opinión pública, las palabras de Tochtli son los objetos extraños para los otros, pero propios para el narrador. “sórdido, nefasto, pulcro, patético y fulminante.” El listado de palabras se agrupa de tal forma que la sintonía semántica va de lo indecente, o impuro, hasta el estruendo de la capacidad de fulminar. Entre estos dos límites, pulcro sobresale como una palabra ajena al posible campo semántico establecido. Por tanto, la configuración del saber estará marcada por una arritmia léxica, si se le puede llamar así, pues las demás palabras mantienen una relación semántica estable y pulcro rompe esta sintonía. Considerando que estas son algunas de las palabras que sabe Tochtli, irremediablemente, éstas perfilan un carácter de nominalización de su propia persona, que de cierta manera empatan con su condición ante la opinión pública. En otras palabras, si Tochtli es un precoz y por consiguiente “extraño” sus palabras articularán una relación que encadenará en primer término la impureza (sórdido), seguido de la desgracia (nefasto), la capacidad de generar melancolía o dolor (patético), la capacidad de dañar (fulminante) y discordantemente el buen comportamiento, la limpieza (pulcro). Entonces, si Tochtli mismo puede nombrar estas palabras, quienes atribuyen al narrador su carácter de adelantado se justifican. Consecutivamente sucede una transferencia de valores entre las palabras de Tochtli y la valorización del espacio público. Por consiguiente, ante los ojos ajenos, el narrador posee un carácter de rareza, de anormalidad, que vacila entre lo precoz y lo adelantado, pues el narrador configura en su lenguaje una realidad pulcra, pero que convive entre lo patético, lo sórdido, lo fulminante y lo nefasto.

El espacio público y el privado se encuentran en las palabras, propiamente en la capacidad de Tochtli de contarse a sí mismo. Este ejercicio de autodefinición queda marcado de la misma manera que el establecimiento de las palabras que sabe el narrador. Es decir, al narrar su propia historia, Tochtli confronta tanto a lo público como a lo privado. Así, cuando son enumeradas las diversas opiniones el narrador opone su visión particular ante la de los otros. De tal manera, develará la razón de su saber: la lectura y la memoria. Por consiguiente, estos dos atributos otorgan a Tochtli una capacidad de rareza ante los otros, pues él no se considera a sí mismo adelantado.

Hasta este punto, no ha aparecido ninguna figura además de quienes representan la opinión pública y el narrador. La aparición de Yolcaut perfila una opinión diferente sobre el narrador. De adelantado, Tochtli figurará a los ojos de este personaje como un genio. Ahora bien, entre las diferentes concepciones que se le atribuyen al narrador, van a ser las atribuciones ejercidas por Yolcault las que tengan mayor impacto. Si bien, Tochtli no define si él mismo se reconoce como genio o como adelantado, su único atributo reconocido por él mismo será el de ser “macho”, y este último es otorgado por Yolcault al exigirle que “se aguante como los machos”. Finalmente, el texto devela la posición ya deducida del narrador, se trata de un niño que sabe palabras difíciles, quien a los ojos de los demás, la opinión pública, es un avanzado, a los ojos de su padre es un genio, y ante la exigencia de este último, el niño se autodenomina un macho.

La fiesta nunca llegará. De forma precisa, Tochtli debe agregarse al mundo del cual se considera parte. Si bien el personaje y narrador de la historia se define a partir de la voz de los otros, es en su voz donde se articula su propia definición de él mismo y de su realidad. Tochtli vive, así, ante la imperiosa mirada de quienes habitan con él su palacio y de quienes circunstancialmente tienen contacto con él. Cabe mencionar, que a pesar de los razonamientos propios del niño su voz estará condicionada entre dos figuras, la del saber, representada por Mazatzin, el tutor académico de Tochtli y la de la autoridad y el poder, representada por Yolcaut, el padre de Tochtli. Esta dicotomía entre la cual se posiciona el niño lo lleva a enunciar(se) un entorno donde importa ser siempre un macho, pero también es importante crear una narrativa concisa, es decir, tener cierto dominio sobre algunas palabras. Por tanto, Tochtli nombrará su mundo a partir de las palabras difíciles que conoce, y también procurará condicionar su visión de mundo a través de las opiniones de Yolcaut. Entre estas dos figuras se llenan los huecos narrativos de la personalidad del narrador, que terminan por hacer parte de unos y de otros para después sintetizarlos.

Tochtli va y viene entre dos polos de opinión, no necesariamente antagónicos. Ahora bien, si este vaivén se refiere al pasaje de la niñez a la adultez, la carencia latente en Tochtli radicara en su forma de ver el mundo y cómo esta se satisface a partir de las opiniones ajenas a él. Así, ante Mazatzin, Tochtli satisface el hueco de su propia narración con las lecciones de historia. De ahí que el narrador tenga diversos juicios al respecto de los conocimientos impartidos por su mentor. Si bien, el saber formará parte importante para el narrador, es la figura de su padre la que se impone sobre los demás razonamientos que Tochtli sopesa. “Eso dice Yolcaut, que los cultos saben muchas cosas de los libros, pero que de la vida no saben nada.” Los juicios del padre, dada su aparición en el texto contra los juicios de Mazatzin, desplazan todo razonamiento ajeno a éstos. De forma precisa, la voz del padre se yergue como el fundamento donde no sólo descansa la identidad individual de Tochtli, sino también su forma colectiva, pues él y quienes viven con él son una “pandilla” y las pandillas se solventan todo. El padre al fundamentar la identidad de su hijo subsana la carencia de éste de madre y de todo dolor. Desde esta perspectiva, el niño vive entre la dicotomía de saber si la forma que aprende día a día en las lecciones escolares es par o dispar ante el fondo que su padre ha implantado en él. Es decir, la presencia de estas dos figuras moldea al narrador tanto en su expresión como en su contenido. Por lo tanto, la concepción de mundo del padre va a figurarse a través de las palabras adquiridas por el niño y enseñadas por el maestro. Paradójicamente, el saber no se opondrá al poder, sino que lo volverá narración y por ende lo validará. Es así que para Tochtli la vida se ve simplificada y reducida a una sola manera de concebirla, esta es, saber que la realidad “es así y ya está”, por consiguiente si se difiere se está equivocado y si se está equivocado todo el aparato se invalida.

Si consideramos a la identidad y a la colectividad de Tochtli definida, entonces quedaría por esclarecer en qué consistirá el pasaje a la madurez, si es que existe, claro. De forma precisa, el último paso de todo ritual es confrontarse con el objeto de deseo. El incesto, como ejemplo, articula el acto que debe desearse pero nunca realizarse, al menos en términos psicoanalíticos, pues su realización rompería el orden natural de las cosas, de la realidad misma. De tal manera, la prohibición que gira entorno a la idea del incesto mantiene al statu quo. Necesariamente, llegar a la adultez implica o que la prohibición se manifieste de forma ejemplar y además que el saber restituya y organice el paso de lo anterior a lo novedoso de la madurez. Para el narrador su condición de saber y de nominalización quedan satisfechas por su padre y su maestro, el acto último por el cual deberá configurarse a la nueva vida de adulto será a partir de la capacidad misma de desear del niño. Es decir, cuando su deseo se vea privado y la madurez reconfigure su persona. 

La cantidad de tesoros y regalos que Yolcaut hace a Tochtli lo posicionan como la figura que hay que complacer. Más allá de la fascinación del narrador por los sombreros, el nuevo objeto de deseo vendrá a modificar la dinámica de satisfacción. El hipopótamo enano de Liberia es en sentido estricto casi un imposible. La obtención de este objeto de deseo dependerá de una serie de pruebas a superar. Si Tochtli llega a hacerse de sus hipopótamos será sólo momentáneo, porque debido a una enfermedad de los animales su padre ordena sacrificarlos. La confrontación directa ante la pérdida del objeto de deseo confronta a Tochtli con sus deseos primigenios, y éstos se pervierten. Si bien el narrador no sufre ante la muerte cotidiana en su casa, pues hasta juega con su padre a adivinar cuántos balazos son necesarios y en dónde para asesinar a alguien, pero cuando su deseo es perturbado sufrirá. Esta confrontación directa ante la pérdida de su objeto de goce lleva a Tochtli a sumirse en un mutismo a la manera de los samuráis japoneses. Sin palabras, la realidad del niño se desarticula y también desarticula la de quienes lo rodean. Como consecuencia, Yolcaut se desesperará y buscará diversas maneras de contentar a Tochtli, no obstante el mutismo del narrador llegará hasta las últimas consecuencias.

Como acto de duelo, la pérdida autoinducida de palabras conduce a Tochtli a perder su capacidad de narración. Hay que dejarlo claro, la narración prosigue, pero ante el silencio del narrador con los demás personajes el saber sufrirá un cambio considerable, manifestado de forma sólida por la deserción y traición de Mazatzin. Así, la conformación de la realidad de Tochtli pasa a un plano donde el duelo buscará satisfacer una pérdida, que sin embargo siempre estuvo latente. Al ser espectador del sacrificio de sus elefantes, Tochtli llora, “Entonces resultó que no soy un macho y me puse a llorar como un marica.” De tal forma, no es hasta la confrontación directa con la muerte que todas las demás muertes circunstanciales en el relato surten efecto en Tochtli. Si bien, los hipopótamos son el objeto último de deseo del narrador, su concepción de la muerte se vuelve presente y por tanto traumática, no obstante claro está que la falta simbólica de la muerte está desde antes en Tochtli, al carecer de madre y de padre, al menos de forma nominal, pues a Yolcaut no le gusta que el niño lo llame así. Más allá del acto de duelo que tiene el narrador ante la pérdida de su objeto de deseo, su mutismo es un falso simulacro pues la ausencia de la madre, y del nombre del padre abren un hueco que intenta ser subsanado de diversas maneras, pero nunca es llenado.

Simbólicamente el nombre del padre marcará una ausencia donde la pérdida ya está dada junto a la de la madre. Es decir, si las muertes con las cuales convive Tochtli no aparentan afectarlo, se debe a que de entrada su constitución identitaria posee una fisura en la figura del padre y además en la ausencia de la madre. Yolcaut da a Tochtli la consigna de ser macho y ésta hace que de niño el pasaje a la adultez del narrador sea inmediato. Por lo tanto, la iniciación y la fiesta a la cual se refiere el título del texto pareciera redireccionarse hacia otro punto. Es decir, el rito por el cual pasará el narrador no será una iniciación al mundo adulto, al contrario será un regreso a la niñez. Esto es, al finalizar el texto, Tochtli se ve constantemente interpelado por una nueva figura femenina en su palacio. La llegada de Alotl sana la pérdida de Mazatzin. Así, si se ha perdido la palabra y “la historia”, la llegada de este personaje sanará a diferencia de Quecholli, que era muda, la ausencia de la madre en Tochtli. Por eso, cuando Yolcautl, Alotl y Tochtli se sientan a ver juntos una película de samuráis el gesto de compartir un momento entre los tres rearticula al narrador en un espacio perdido de entrada: el de la niñez, el de la plena satisfacción de sus necesidades. Finalmente, cuando Yolcaut obsequia a Tochtli las cabezas disecadas de sus hipopótamos, y se planea la fiesta, el narrador llama “papá” a Yolcaut y así se anuncia la fiesta a celebrarse el día de la coronación de las cabezas.

La madurez va en sentido inverso, la fiesta no será para introducir a un niño al mundo de los adultos, sino para traer al niño que aparenta ser un adulto de nuevo al mundo de los niños. Así, si Tochtli carecía de madre, pero poseía saber, la perturbación de su deseo al ser privado por su mismo padre lo lleva a invertir los polos, así recupera a su madre y también al padre, pero pierde a la figura que le impartía saber. La paradoja del texto radicará en que en un inicio de Tochtli genera su propia concepción y nominalización a partir de los otros y sobre todo a partir de Yolcaut y de Mazatzin; al final del texto, la vuelta de tuerca posicionará a Yolcaut sobre toda estructura, y así ocupará el lugar de figura y nombre del padre para Tochtli, por eso la organización de la fiesta. Podría ahora decirse que la normalización de las demás muertes corresponderá a un factor de forzado y autoconsciente desentendimiento. En otras palabras, Tochtli sabe de las muertes pero se desentiende de ellas porque lejos de su normalización el niño ha estandarizado la ausencia representada por la muerte desde antes, pues la falta del padre y de la madre lo obliga a ser un adelantado, un precoz. Entonces, la contrariedad última de Fiesta en la madriguera (2010) es que Tochtli pase de ser un niño con apariencia de adulto, a ser un niño, en sentido estricto, a quien le cumplen sus caprichos y además la fiesta no será para él, ni por la coronación sino en sentido simbólico al padre y a la madre, a la restauración del orden “normal” de la concepción familiar. El gran testigo del texto no es sólo el lector, sino los muertos que acompañan a Tochtli a lo largo de todo el relato y terminan por resituarlo en su posición “normal” de niño y es que de niño el saber sale sobrando. A manera de cierre, se puede decir que el reencuentro de las ausencias reconfiguran el mundo de Tochtli, pero las muertes que lo acompañan ya están ahí desde antes y éstas no cuentan, ni deben de subsanarse, porque como afirma el narrador: “Los muertos no cuentan porque los muertos no son personas, son cadáveres”.

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